Hacer un Cifuentes

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Desde el momento en que  salimos del vientre de nuestra madre lo primero que aprendemos es a llorar. Es nuestra reacción inicial y, sin saberlo, ya hemos aprendido algo. Solo es el principio de algo inevitable y maravilloso, el camino hacia el conocimiento. 

Siempre me ha fascinado la capacidad que tienen los  niños para observarlo todo con los ojos bien abiertos. Fascinándose por cada cosa, atendiendo a cada detalle de lo que observan y preguntando por todo. Una magnífica costumbre que, desgraciadamente, perdemos con el tiempo. 

Con este afán de aprender, comienza nuestra carrera hacia el saber. Los primeros pasos son sencillos. Ya se sabe, hay que gatear antes de andar y andar antes de correr. Aunque cada año que pasamos educándonos, la carrera se pone más difícil. Noches en vela a base de café instantáneo, esprints de última hora para entregar un trabajo a tiempo, nadar en un mar de apuntes mientras nos planteamos nuestra propia existencia y nos preguntamos por qué no entramos a la empresa de fontanería con nuestro tío Luis. Al final, este trayecto que parecía asequible se asemeja más a un maratón lleno de obstáculos y cuesta arriba. 

Siempre hay gente que corre más que nosotros, es inevitable. De hecho, debemos darle las gracias porque, en muchas ocasiones, nos sirven como modelos en los que fijarnos para mejorar. Por un lado están esos y por otro están los que siguen el modelo de Rosie Ruíz. Esta atleta cubana ganó la maratón de Boston en 1980. Pero no solo eso, además consiguió batir el récord mundial rebajando la marca anterior en más de veinticinco minutos. Todo parecía magnífico y la gente elogiaba su hazaña. Sin embargo, más tarde se descubrió que la atleta había conseguido ese espléndido tiempo gracias a un billete de metro del que se valió para desplazarse rápidamente por la capital de Massachusetts. Desde entonces, la recordamos con la expresión “hacer un Rosie Ruiz”, que hace honor a su farsa. 

No sé si a Cifuentes la recordaremos con una expresión parecida, pero si algo debe quedarnos claro es que la mentira tiene las piernas muy cortas y en esta carrera, no todo vale. Rosie Ruiz no solo nos engañó a todos, sino que despreció el esfuerzo de todos aquellos que acabaron detrás de ella, sin poner ningún tipo de valor en su sacrificio y dedicación. Con Cifuentes pasa lo mismo. Lo grave no es que falsifique un máster en pro de aumentar unas líneas en su currículum. Lo verdaderamente grave es el desprecio a todos aquellos que nos esforzamos por acabar la dura carrera que nos plantea la educación, además de desprestigiar a todos aquellos alumnos que forman parte de la misma universidad.

Lo que se aprecia de los estudiantes es su esfuerzo, su dedicación, su conocimiento y en esto no nos valen los atajos. Por ello lo primero que aprendemos al nacer es a llorar y lo último, después de todo ese recorrido, es a valorar.

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